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De hábitos y rituales

Actualizado: 7 dic 2020

El consumo masivo de información y de mercancía nos desgasta. La obsolescencia programada y lo que se conoce como vida útil de los objetos es lo que nos vacía de sentido. Predominan en este estado las pasiones efímeras, la fugacidad de los actos, el aturdimiento de los sentidos, el atiborrarse de cosas, anulando y anestesiando así la piel. La comprensión desaparece por una sensación de placebo que aplaza y agranda la angustia, la náusea. Los estímulos son unidireccionales: le hablamos a un fragmento o a una abstracción de nuestro ser, sea la mente o el cuerpo, pero olvidamos la totalidad de nosotras. Estamos acostumbradas a los patrones que nos aíslan y hacen daño, pero nos agradan, así nos aprendieron, así nos cultivaron, así nos cebaron con prácticas y actos simples que se volvieron automáticos. Ahí empieza la violencia: la primordial, con una misma. Una violencia sutil, casi imperceptible, eludible, confundible, transigente y blando pero difícil de transformar.


Una manera de empezar a derruir esos patrones o al menos de contrarrestar y balancear esos impactos es a través de los RITUALES. ¿De dónde viene este gusto y esta búsqueda por vivir una experiencia ritual?


Esta sensación la conocí unos pocos años atrás. Teníamos un encuentro habitual de danza contemporánea que era muy distinta a las clases de danza contemporánea normales. En estos encuentros nos abríamos personalmente. Eran encuentros íntimos y profundos. Hubo dos rituales con este grupo, aunque en ese momento no tenía muy claro que lo eran y tampoco hubo una intencionalidad propia, mía, personal.


Una habitación oscura habitada por telas, prendas, ropas de nuestra preferencia. Ropas sensuales, ropas íntimas, prendas de ocasión especial. Seis personas en una habitación, suelo de madera, luces apagadas, velas encendidas, montículos de prendas dispuestas a la acción. Cinco chicas y un hombre. Maquillaje, música para viajar, un espacio onírico: el lugar donde los seres se desdoblan para acceder a un portal de otra diversión, otro tipo de diversión que altera los sentidos ordinarios haciendo uso únicamente de su cuerpo, de su voz y de la disposición de elementos (velas, prendas, sedas, maquillaje, salón, música). Esto se remonta a la época en que me sumía en la tristeza y la decepción propia. Ir a danzar con elles me hacía sentir que estaba en el lugar adecuado, en el espacio que mi ser necesitaba, un lugar resonante de mis sensaciones vitales.


¿En qué se diferencia un mero hábito de un ritual? Starhawk define un ritual como un acto simple con un significado intensificado a través del cual conectamos más profundamente con un espacio y tiempo sagrados. Cantar, reptar, jugar con el maquillaje, mover cada partesita del cuerpo como si fuera un todo en sí mismo, jugar a ser otra, cambiarse de vestidos, jugar con las luces, estar, estar, estar, desplegarse, desdoblarse, murmurar, tocar texturas, mirarse al espejo, jugar con la cámara, repetir estas acciones, sentirse en una nave espacial, en una nave nodriza, sentirse en el lugar donde sueñan las hormigas verdes, sentirse cualesquier otres seres que no personas.


Cuando hablamos de ritual, hablamos de actos que dan forma a una subjetividad o a una colectividad. En ese hacer se forja una identidad. Esos símbolos nos cohesionan. Byung-Chul Han en “la desaparición de los rituales” habla de estos como actos a través de los cuales se percibe lo duradero y se le otorga permanencia al mundo, liberándolo de la contingencia, estabilizando así la vida. Agrega que por intermedio del ritual una se olvida de sí misma (despejando la carga de sí misma), se trasciende, se experimenta la duración, se cultiva la atención profunda.


Salir a la calle a danzar. Cargadas con una cámara, cuatro chicas se toman la ciudad como escenario. Los andenes, las glorietas, las ciclorrutas, las esquinas. Un juego. Gestos extracotidianos. Correr, reposar en la vía, jugar en la rotonda, hacer monerías, dejar ser lo que sea que tenga que ser. Aventurarse a explorar más allá de lo estrictamente necesario. Entrar por la ventana incluso no habiendo puertas que separan un lugar sensacional de otro prosaico. Caminar por una cuerda elevada a metros de altura. Funambulistas en retiro. Navegar en lo profundo, en lo básico, en lo esencial, lo absurdo, lo sinsentido de la vida. Danzar sobre la historia, danzar sobre las ruinas. Sintonizar con la ironía desde el mejor lugar posible, desde la potencia creadora, desde el pensamiento en movimiento, la línea sin forma ni formalismos. La diplomacia sobra cuando de cuerpear se trata: acuerparse la vida, cuerpionarse la existencia, mover la cuerpa solo porque sí, porque puede, porque podemos. Habitar la cuerpa de la tierra. Ver más allá más abajo del cemento, desdibujar lo concreto, interpelar al peatón, al tránsito, al conductor. Ser un espejo interdimensional.


Dice Byung-Chul que uno de los rasgos esenciales del ritual es la repetición: recordar hacia adelante. En la repetición se descubre la intensidad en lo discreto, en lo insípido. Además, el ritual genera sentimientos comunitarios. Sentirse parte de una comunidad, aún sin comunicación. Comunicación concreta, pues. Porque lo que llega y se siente en el reino del cuerpo son manifiestos inteligibles únicamente desde lo irracional de nuestro ser, eso que es innombrable.


Alinearse con la luna. Aliarse con la vida. Ser una con los ritmos de la tierra. Creer en las intuiciones más que en los consejos. Seguir atenta las transformaciones de las nubes. Sintetizar el sentir general del cuerpo, la mente y el espíritu en un manifiesto, en una intención de transformación atenta. Visibilizar el intersticio entre lo que deja de ser y lo que comienza a ser. Sentir las sincronías. Ver el caos como una sinfonía. Conjurar armonía. Ser divergencia, ser matiz. Alimentar con ahínco y espera y paciencia el espíritu de la justa rebeldía.


Demorarse. Ir sin prisa. Demorarse. Orarse a una misma. Demorarse. Perder el tiempo. Demorarse. Crear otro sentir desde la conciencia de lo inmanente, de lo que está siendo. Demorarse. Exprimir y expandir cada momento desde el pliegue de su raíz, desplegar esa raíz. Demorarse. Florecer. Permitir florecer. Cada instante es un botón de flor. Cada momento es un plano enrollado: un túnel a otro lado o un cypher, un entramado de fuerzas que conversan con mi propia fuerza y se transforma la energía.


Puede haber pero no tiene que haber velas. Ni la oscuridad es condición. Lo importante es que al cuerpo le pasen cosas. Que la experiencia del ritual pase por el cuerpo, un cuerpo conciente, un cuerpo despierto.


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