Cuando una persona decreta para sí misma que debe crear, que quiere crear, es porque ya ha recorrido su espíritu mares y cielos elucubrando qué es lo que debe hacer para hallar sosiego en este plano físico y material. El ser que crea tiene múltiples facetas y una de sus tramas vitales es ser vocero de su espíritu, de lo que su esencia necesita manifestar. ¿Impulsos desde la cabeza? Hay tránsitos y pasajes obligados que son premonición. Vivir en una diatriba interna constante, sentir que se quiere decir algo pero no saber qué ni cómo, ser presa de una nebulosidad interior que se desagua constantemente en sudor o llanto excesivo, experimentar dolor por todas las atrocidades e injusticias de la sociedad…
Se ha satanizado al mundo occidental por ser un arquitecto de sistemas desbordados y malsanos para el buen vivir común. Sin embargo, nuestro símbolo sensitivo por excelencia también tiene su asiento al occidente de un territorio que damos por sentado y que poco a poco hemos dejado de lado –si es que en algún punto de nuestra sucesión humana lo tuvimos en alta estima-.
La atomización de los conocimientos, la sistematización de los procesos, la especialización de los saberes y las formas, hizo el mundo que conocemos hoy, con sus privilegios y sus desafíos. De ahí se derivaron categorías sociales, juicios, estructuras mentales y esquemas de comprensión y perceptivos bien amañados y culturalmente definidos como ese de que solo ciertos cuerpos saben o pueden danzar, o que la expresión del cuerpo no tiene nada que ver con la escritura por esa fórmula cartesiana que enaltecía el pensar y la razón; al cuerpo siempre asociándosele a las bajas pasiones o a la superficialidad de la mirada y la forma.
Por fortuna, aunque quizá frágil, reconstruible siempre es nuestro contacto con el elemento esencial unificador de nuestro ser: el espíritu. Arañamos lo que podemos porque no conocemos el alcance de ese misterio intocable, solamente intuible y sensible. La persona creadora está en constante observación de su mundo interior, identificando sus motivaciones y aquello que lo une y lo reúne con la naturaleza de sus movimientos.
El artista es la mano que hace vibrar adecuadamente el alma humana, al decir de Kandinsky, y a esto es llevado por un “principio de necesidad interior, que tiene su origen en y está determinada por tres necesidades místicas: 1. el artista como creadore ha de expresar lo que le es propio 2. el artista, como hije de su época, ha de expresar lo que es propio de ella (elemento del estilo, como valor interno, constituido por el lenguaje de la época más el lenguaje del país) 3. el artista, como servidore del arte, ha de expresar lo que es propio del arte en general (elemento pura y eternamente ajena al espacio y tiempo).
Este es el único camino para expresar la necesidad mística. Todos los medios son sagrados, si son interiormente necesarios, y todos son sacrílegos si no brotan de la fuente de la necesidad interior. Por otra parte, aunque hoy se teorice hasta el infinito acerca de este tema, la teoría es prematura. En el arte la teoría nunca va por delante arrastrando tras de sí a la praxis, sino que sucede todo lo contrario. En arte todo es cuestión de intuición, especialmente en sus inicios. Lo artísticamente verdadero sólo se alcanza por la intuición, y más aun cuando se inicia un camino. (Kandinsky,1989)
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